El Susurro que Venía del Armario

Todo empezó la noche en que me mudé a mi nuevo cuarto.
Era más grande, más oscuro y tenía un armario empotrado al fondo, de esos antiguos, con puertas de madera maciza y un olor persistente a humedad y polvo.
La primera noche fue tranquila. La segunda, ya no tanto.

A las tres y cuarto, me despertó un leve crujido dentro del armario.
Al principio pensé que era la madera dilatándose. Pero luego, entre los chasquidos, escuché un susurro.
No palabras claras… solo un murmullo bajo, áspero, como si alguien intentara hablar sin aire.

Me quedé mirando la puerta cerrada.
El silencio regresó, pero sentí algo más: el olor a hierro, a óxido.
Cerré los ojos, intentando ignorarlo.

La tercera noche, el susurro volvió, más fuerte.
Esta vez entendí una frase:

“No cierres los ojos…”

Salté de la cama, encendí la luz y abrí el armario de golpe.
Solo había ropa, cajas viejas y la sombra de la puerta moviéndose con el viento.

Decidí que solo eran nervios.
Pero al día siguiente, cuando regresé de clases, la puerta estaba entreabierta.
La había dejado cerrada con llave.

Volví a cerrarla, puse la silla trabándola por fuera, y me dormí con la lámpara encendida.

A las 3:17 a.m., el sonido del candado girando solo me despertó.
Primero un clic. Luego otro.
La silla se movió lentamente, arrastrándose unos centímetros, como si alguien la empujara desde adentro.

El aire se volvió gélido.
No podía moverme.
El susurro se transformó en una respiración agitada, y luego una voz:

“Ahora sí puedes cerrar los ojos.”

La bombilla estalló.
En la oscuridad, sentí una mano fría sujetarme el tobillo.
Grité.

Cuando mis padres entraron, el armario estaba abierto de par en par.
Dentro no había nada, pero las paredes internas estaban llenas de arañazos, como si algo hubiera estado rascando para salir.

Llamaron a un carpintero para sellarlo.
Cuando quitó el panel trasero, encontró un hueco oculto, una especie de cámara detrás de la pared.
Dentro, había una muñeca vieja, con la boca cosida con hilo negro y una nota clavada con un alfiler oxidado:

“No la despiertes.”

El carpintero dejó la muñeca sobre una mesa y salió sin decir palabra.
Horas después, la encontramos caída en el piso, pero la nota ya no estaba.

Desde esa noche, aunque el armario fue sellado, el susurro volvió.
No viene del armario ahora.
Viene desde la pared… justo detrás de mi cama.

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